- Evitar los masculinos que produzcan ambigüedad u oculten a las mujeres. Para ello nuestra lengua dispone de sustantivos que, con independencia de su género gramatical, designan a ambos sexos, como los epicenos (personaje, víctima), los colectivos (juventud, comité) y los abstractos (dirección, presidencia).
- Recurrir, siempre que podamos, a términos sin marca de género gramatical, ya que estos engloban fácilmente a mujeres y a hombres, como los pronombres quien/quienes (en lugar de el que/los que), alguien y nadie (en lugar de uno, alguno y ninguno) y los sustantivos comunes en cuanto al género (internauta, miembro…).
- Usar construcciones como perífrasis, aposiciones, aclaraciones o desdoblamientos cuando sean necesarios, evitando así que el principio de economía lingüística afecte a la adecuada comprensión del mensaje o genere el denominado «salto semántico», esto es, un masculino que es interpretado como genérico cuando no lo es, como sucede en: «Los internautas son cada vez más numerosos. En el caso de las mujeres también». En este caso hubiese sido mejor: «Los internautas varones son cada vez más numerosos. En el caso de las mujeres también».
- Emplear términos como personas, seres humanos, individuos, gente, humanidad… cuando queramos referirnos a los dos sexos, de este modo evitamos la ambigüedad que se crea al usar el término hombre como genérico: «En los últimos años los hombres han llevado a cabo una verdadera revolución tecnológica». Sería mejor: «[…] la humanidad ha llevado a cabo una verdadera revolución tecnológica».
- Utilizar las barras en los formularios o en los encabezamientos de los correos electrónicos (usuario/a, estimado/a, internauta).
- Alternar el orden de presentación de los individuos de ambos sexos, ya que, si siempre se opta por anteponer el término o la desinencia masculina a la femenina (blogueros y blogueras, hombres y mujeres, chicos y chicas), se contribuye a consolidar la idea de que un sexo es prioritario con respecto al otro.
- Nombrar en femenino los cargos, oficios o profesiones que desempeñen las mujeres. De esta manera, manifestamos y valoramos su presencia y función, contribuimos a visibilizarlas y a romper la mentalidad de que el protagonismo en el ámbito tecnológico corresponde a los hombres.
- Otorgar el mismo tratamiento a mujeres y a hombres. O los nombraremos por los apellidos, o solo por el nombre, o por ambos, o con las fórmulas de tratamiento (señora/señor o don/doña), pero siempre de modo simétrico (en vez de, los hombres y las chicas, diremos: los hombres y las mujeres o las chicas y los chicos).
- Presentar a las mujeres, como suele hacerse con los hombres, por su identidad social o profesional y no por su condición sexuada. Por tanto, debemos suprimir términos como mujer o femenina siempre que resulten redundantes, como en el caso de las mujeres blogueras y las tuiteras femeninas, donde lo adecuado es las blogueras y las tuiteras.
- No establecer relaciones de dependencia innecesarias. Las mujeres deben aparecer nombradas con personalidad en sí mismas, de modo que se reconozcan y valoren como personas independientes. Para ello conviene evitar expresiones como esposa de, mujer de, señora de, viuda de, hija de…, que presentan al sexo femenino con un papel secundario o subordinado con respecto al masculino.
- Omitir expresiones que contribuyan a afianzar estereotipos sexistas o que encasillen a mujeres y a hombres en los roles tradicionales: «pórtate como un machote», «pórtate como una señorita»; «cojonudo», «coñazo», etc.